miércoles, 16 de julio de 2008

El día que no puede olvidarse

No es la primera vez que voy a hablar de mi abuela, la semana pasada estuve bastante tentado de hablar de ella, de su final, pero lo estuve pasando bastante mal por el aniversario de su muerte, que por desgracia nunca podré olvidar por accidente, siempre me será recordado, por algo, que no voy a decir que provocara su adiós, pero que sin duda aportó su pequeño empujón al abismo oscuro eterno donde descansa.

Aunque su salud ya estaba totalmente olvidada, si que había conseguido su equilibrio desde su silla de ruedas, desde donde podía observar el mundo que la rodeaba. Dos días de llanto marcaron su muerte, nada la podía consolar, su gran poder de empatía la hacía sentir lo mismo que una madre, que veía como su llama se apagaba en 48 horas unida de forma irremediable a su fruto.

Cuando ocurrió el fin, sus llantos ya fueron inagotables, un llanto por no poder estar en la calle con rabia con el resto, un llanto por la injusticia, un llanto por todo lo que ya no podía cambiar.

Aquella noche yo dormí solo con mis abuelos como muchas veces hacía, de repente mi abuelo me despertó, mi abuela se encontraba mal, me acerqué a su cama, y me dijo entre bocanadas de aire, que ya se había tomado varias pastillas, pero que no habían conseguido hacerla mejorar. Corriendo llamé a mi madre, que no se encontraba muy lejos, me mandó llamar a una ambulancia y que esperara allí, que pronto llegaría.

Lo demás, todo muy rápido, ella sabía que se moría y no evitaba llorar abrazada como podía a mi, que intentaba tranquilizarla. Mi abuelo se puso a lavar los platos de forma histérica, podía sentir su silencio en la cocina, un silencio donde dejaba entender que ya sentía el final.

No puedo describir bien el color de mi abuela cuando mi madre llegó un poco antes que la ambulancia y yo la observé desde fuera de la habitación. Sólo la vi una vez más, cuando la intentaban reanimar en el suelo del rellano.

Durante unas horas vagué en la noche llorando en la soledad de un sábado, entre unos que iban y otros que volvían de sus momentos de ocio. Cuando volví, el ataud de mi abuela estaba en casa, debido a como habia muerto, un juez tenía que ir a levantar el cadáver y como era domingo, iba a tardar un poco más de normal, así que decidieron hacer el velatorio en su casa.

Por suerte, casi no recuerdo aquel color que le había provocado el exceso de medicamentos y casi no estuve en casa aquel día, decidí unirme a la multitud en luto.

España estaba de luto, mi luto era doble aquel día.

4 comentarios:

Stultifer dijo...

Y antes de todo eso, tu abuela tuvo 10 años y correteó con sus amigos, y vivió días de alegría. Y antes de todo eso, tu abuela tuvo 20 años y vivió como en su época se vivían los primeros amores; y antes de todo eso, tu abuela tuvo 30 años, y tuvo 40, y toda una vida con 50 y con 60. Y sus recuerdos eran de la felicidad con la que debes recordarla.

AxiomA dijo...

Solo quiero darte un gran Abrazo y llorar contigo......

Thiago dijo...

Es verdad que las abuelas marcan... Una de mis abuelas murió hace cuatro años, pero ahora vive con nosotros en Madrid, y aunque estuvo tres años callada, ahora no para de hablar.

Igual la tuya vuelve pronto contigo, las abuelas nunca se van del todo de nuestro lado...

Un bezo.

Laura dijo...

Siempre te quedarán los buenos momentos pasados con ella. Saludos.